Él Chabochi, Ella Rarámuri – Por @JoseCruz777
Publicado el enero 22, 2015, Bajo Opinión, Autor MonaLisa.
Autor: José Cruz Pérez Rucobo
Género, cuento
Él Chabochi, Ella Rarámuri
La historia de Pedro y Benita. Deben de saber que en la alta tarahumara de Chihuahua, habitan dos razas étnicas denominadas; Tarahumaras y Rarámuris -rarámuri significa pie ligero- ellos a su vez, nos llaman chabochis a los mestizos -no investigo que significa chabochi para no toparme con una desagradable sorpresa- ¿Cómo es que Pedro y Benita se encontraron si pertenecían a mundos equidistantes? A continuación lo sabremos.
Antecedentes.- Pedro, era un hombre joven, frisaba los 24 años, de origen México-americano y de cuna humilde. Su familia se dedicaba a los trabajos agrícolas en el sur de Texas, ellos habían puesto todas sus ilusiones y recursos en darle una buena educación. Con muchas vicisitudes, Pedro había cursado la carrera de ingeniero en minas en la prestigiada aunque distante UTEP -University of Texas at El Paso- donde la mineralogía es la especialidad.
Benita, era una bella jovencita de 17 años, ágil como los de su raza y por lo tanto esbelta, de finas facciones, dueña además de una clase y vitalidad naturales. Sus estudios eran solamente la educación primaria, debido a que la escuela más próxima requería de utilizar tres horas en llegar. Era una especie de mariposa recién emergida del capullo.
Al egresar Pedro de la universidad, envió su currículo a muchas minas en producción y otras tantas en investigación donde quizá requirieran de sus servicios. Había logrado el primer lugar en calificaciones de su generación y obtenido el codiciado reconocimiento llamado Cum Laude. Muchas compañías se interesaron en él, pero una en particular le llamó la atención, debido a que se hallaba enclavada en lo más abrupto de la alta tarahumara. Sus padres provenían de Durango el padre y de Zacatecas la madre, por lo que desde niño creció con un acendrado amor por México.
Llega a un acuerdo económico con sus contratantes y lo trasladan primeramente a Chihuahua capital, de ahí, en avioneta al poblado mas cercano al emporio minero y por último lo llevan en helicóptero hasta su lugar de trabajo por ser empleado de cierta importancia, de no ser así hubiera llegado a lomo de mula. La población en ese enclave minero era mixta, por un lado los rarámuris y tarahumaras originarios de la región -ocupados básicamente en labores de servidumbre-, y la población mestiza atraídos por los altos salarios que pagaba la empresa.
Ahí conoce a Benita, quien le ayudaba a su madre Marciala en la cocina instalada para alimentar a los mineros. Benita era limpia y diligente además de hermosa, les lavaba y planchaba la ropa a los trabajadores administrativos. El flechazo amoroso fue instantáneo, arrollador por ambas partes, pese a la evidente diferencia social, eran almas gemelas. La atracción y compatibilidad no se puede explicar, ni se debe intentarlo., sucede, sin mas, como si una fuerza superior se burlara de los tontos convencionalismos sociales.
Las agrestes y orgullosas barrancas chihuahuenses testificaron la autenticidad y limpieza de su romance. La flora y la fauna endémica de la región, el aire límpido, el agua helada de la montaña, la hidalguía mexicana y la nobleza indígena se conjugaron para enmarcar los bellos sentimientos que embargaban a la pareja. Mismos que sin ningún obstáculo se unen en matrimonio, sellando su unión ante las leyes religiosas, civiles e incluso indígenas.
la seráfica felicidad que los colma, la quietud de la montaña, el canto de las aves, los frutos silvestres y el olor intenso de los pinos complementan su dicha. Pasado un año de tan hermosa unión, nace su hijo Marcial, con la algarabía de los padres y la población entera, quienes se sienten padrinos colectivos de la criatura.
El pequeño Marcial podría disfrutar de lo mejor de ambos mundos tan disímbolos, la montaña y la ciudad. Pedro, con el impulso interior que le proporciona su, aunque pequeña, feliz familia, escala vertiginosamente puestos laborales en la compañía minera, cuya sede y oficinas generales se encontraban en el estado de Minnesota EUA.
Pedro, es llamado a las oficinas principales, los que satisfechos de la capacidad profesional demostrada, le confían un importante puesto como ejecutivo en el área de investigación y evaluación de proyectos de probables yacimientos en América del sur. Después de meses de estancia en las oficinas de Minnesota, Pedro y su familia empiezan a peregrinar por varios países, Chile, Bolivia, Brasil… Él no se percataba debido a su frenético ritmo de trabajo, que su mujer e hijo eran discriminados, no se adaptaban a los cambios constantes de residencia y poco a poco languidecían.
Para Benita, más que para Marcial el cambio fue brutal, se le arrancó -como una planta- de su montaña donde tenía profundas raíces. Las esposas de sus compañeros de trabajo y subordinados, no la aceptaban plenamente, por su origen, por su raza, por sus tontos e improcedentes prejuicios.
La aislaban, sin tomar en cuenta que el grupo étnico al que pertenecía, es una raza digna, altiva., como los mayos y yaquis de Sonora, los guarijíos de Durango, los tzotziles de Chiapas o los mixtecos de Oaxaca entre otros. Conoció Benita la maldad de los -para ella- chabochis, el rechazo a su cultura, el desprecio a su raza.
Cuando finalmente Pedro se percata cabalmente de la situación, notó tristemente que Benita y Marcial se marchitaban, y toma una importante decisión. Por un lado, su prometedor futuro profesional, económico y científico. Por el otro, la felicidad familiar y… aunque con un puesto de menor importancia, volvió a la montaña chihuahuense, a “su” montaña. Benita, Pedro y Marcial, florecieron nuevamente, como las plantas sedientas que reciben agua de lluvia,sol matinal, y amor, un manantial de amor.
Autor: José Cruz Pérez Rucobo